El profesor desnudo

Durante el mes de marzo de 2018, en el Massachusetts College of Art and Design, Saul Levine, director y profesor de cine, se vió forzado a abandonar la institución tras recibir quejas formales y una acusación legal por “dañar a los estudiantes” y exhibir “pornografía gay” (sic). La acusación se produjo luego de una clase en la que Levine mostró parte de su propio trabajo, Notes After Long Silence (1989) que incluía escenas explícitas del director desnudo y teniendo sexo con su pareja.

La salida forzosa de Levine gatilló un ola de reacciones en el mundo artístico y académico, dentro y fuera de Boston. Fue así como me enteré de la noticia, luego que esta fuese difundida por Bruce LaBruce, otro director de cine a quien conocí años atrás organizando una retrospectiva de sus obras en Chile. Razones sobraban para que un director como LaBruce se asombrara por la suerte de su colega, ya que su propio cine suele ser considerado un referente dentro del queercore y los usos político-subversivos de la pornografía.

Stills de la película Notes After Long Silence de Saul Levine. Al medio una fotografía del director

Mientras me sumergía en la noticia sobre Levine recordé que en Chile, el año 2012, un profesor de lenguaje fue denunciado por la película Otto; or, Up with Dead People (2008) en una escuela de la ciudad de Quillota. La película, dirigida por el mismo LaBruce, formaba parte del material que sería visionado por un grupo de estudiantes de último año, en el marco de una tarea de investigación sobre filosofía zombie encomendada por el profesor Diego Ibaceta. Al igual que el caso de Levine, algunas de las acusaciones apuntaban al contenido de la película como “pornográfico”, “gay” y “abusivo” (sic) hacia los estudiantes.

Ambas películas -que tienen casi 20 años de diferencia- suscitaron un pánico moral por razones comunes pero en dos escenarios educativos distintos: la escuela y la universidad. Ambas películas de género híbrido, dificultosamente clasificables como pornografía, terror o cine experimental. Y la circulación de ambas movilizó un interrogatorio sobre la vida personal de ambos profesores: mientras que en el caso de Levine lo que estaba en juego era la producción y difusión de imágenes de sexo explícito entre dos hombres (con la participación del director), la vida privada de Ibaceta era virtualmente investigada al punto que algunos denunciantes acusaron que practicaba sadomasoquismo, buscando condimentar su denuncia. Sobre ambos se escarbó sobre sus prendas y deseos, para poder erigir un discurso sobre la obscenidad (y peligrosidad) del profesor desnudo.

Afiche y still de la película Otto; or, Up with Dead People de Bruce LaBruce. Al medio un retrato del director

Pienso en lo vivido tanto por Levine como Ibaceta como dos experiencias que nos ofrecen una clave sobre un asunto que con frecuencia desafía las relaciones educativas. Que los dos profesores hayan abandonado sus instituciones sugiere que, más allá de la polémica que suscitaron sus actos, su permanencia se vuelve intolerable en cada contexto. Lo censurable del contenido deriva en una censura sobre la presencia misma de ambos profesores. Levine e Ibaceta se convierten en una amenaza, porque su existencia, modales e intimidad develada, se consideran una falta a la probidad pedagógica.

Al margen de las similitudes aquí recogidas, cabe destacar que los contextos de los acontecimientos que recorremos también difieren en varios aspectos. Los estudiantes de Levine son universitarios, mientras que los de Ibaceta secundarios. El primero en la ciudad de Boston, Estados Unidos. El segundo en la agreste ciudad de Quillota del litoral central de Chile. Diferentes condiciones geográficas, sociales y culturales, así como relaciones generacionales, de dependencia y consentimiento entre estudiantes mayores y menores de edad.

Pero una diferencia que me importa destacar concierne a las circunstancias políticas y educativas en materias de género y sexualidad en que ambos casos se desenvuelven. La denuncia a Ibaceta transcurre en medio de debates por la no discriminación y el bullying homofóbico en Chile, mientras que el de Levine en los tiempos de la agitación feminista contra el acoso sexual dentro y fuera de los campos universitarios de Estados Unidos. De hecho y según Levine, la denuncia institucional en su contra se produjo en un contexto de “vigilancia curricular” como consecuencia de las respuestas universitarias frente a las crecientes denuncias de acoso y abuso de autoridad. Por su parte, Ibaceta acusó la existencia de una coalición homofóbica en su contra, formada por algunos estudiantes, profesores y el director de su escuela, a quien ya había denunciado previo a la polémica por la cinta.

No me interesa profundizar aquí en los pormenores de cada caso, la veracidad de los testimonios o las múltiples versiones existentes sobre lo ocurrido. Más que pensar sobre los relatos de Levine e Ibaceta, quisiera ensayar un movimiento para pensar con ellos. Porque lo que ambos relatos nos ofrecen es una pista para navegar críticamente a través de un fenómeno transnacional en las escuelas y especialmente las universidades: en nombre de la lucha contra la violencia sexual y de género es posible cosechar políticas educativas reaccionarias que suponen una restauración conservadora, pero también nuevos códigos morales de conducta para los profesores, especialmente en lo concerniente a la sexualidad.

La pedagogía interpelada en respuesta a las transformaciones sociales de la sexualidad es un asunto que, por espinoso que resulte, ha sido vastamente abordado por la teoría feminista y queer. Sin embargo, como Deborah Britzman (2010) lo señala, las aproximaciones educativas han tendido a concentrarse en un vigilancia sobre estereotipos, la sanción del sexismo y la legalización del prejuicio, estableciendo restricciones culturales que colapsan la sexualidad y contienen el trabajo del Eros, fundamental para el trabajo pedagógico y central para el aprendizaje como situación emocional.

La reflexión a la que nos invitan las desafortunadas historias de Levine e Ibaceta dicen relación con un deseo cuya circulación se dice que transgrede la asepsia que el pánico moral exige sostener en las relaciones de enseñanza. Sin embargo, esta exigencia arrastra un sacrificio costoso para la educación: una pedagogía desapasionada ejercita un luto permanente sobre las bases que sostienen nuestro amor por lo que se enseña. Como sugiere bell hooks (1994), comprender el Eros como una fuerza que impulsa nuestro aprendizaje y que provee las bases epistemológicas para explicar cómo sabemos lo que sabemos, habilita tanto a profesores como estudiantes para usar esa energía en clases, vigorizando la discusión y excitando la imaginación crítica.

Retrato de Diego Ibaceta

De este modo, que Levine exhibiera su obra para mostrar su trabajo y lo que sabe hacer como director de cine, puede ser tan importante como la tarea encomendada por Ibaceta. Ambos quieren mostrar algo para establecer un punto respecto a su labor como educadores de cine y lenguaje respectivamente. Pero ambos resultaron abatidos, recuperando un concepto de Ranciere (2014), por los regímenes de sensibilidad que administran el campo de lo visto y lo visible, enmarañados con los regímenes morales que alimentan el consenso pedagógico sobre la conducta del profesor.

Lo “dañino” o “abusivo” que presumiblemente se atribuyó a las cintas de Levine y LaBruce es, entonces, no tanto una propiedad de las cintas, o algo esencial a ellas, sino los efectos temidos de su enseñanza. El profesor desnudo es una amenaza por el deseo que su exhibición evidencia y hace circular. Por el Eros que habilita y las fantasías que ello invoca en la sala de clases.